Hojas de otoño - 4 de mayo -

Para ir desde esa visión de totalidad a esa visión parcial, necesito de una raíz que me recuerde cada vez, el centro de referencia de cada concepto.

Pasando por el centro, recobro alas y raices, alimentando ese movimiento paradojal del cual también está hecha nuestra anatomía humana. La disociación sigue esta ley y sino preguntale al tanguero que baila.

Esta raíz elude mal entendidos, ideas recibidas y preconceptos, y si de alfabetos se trata, nada mejor que dar el ejemplo del arameo.

Según quien fuera mi profesor de arameo, André Naftali Levy, el arameo es el primer alfabeto del mundo, de la época del príncipe Amourabi y de Abraham y remonta a 1800 antes de Cristo.

Todos los demás alfabetos y nuestras lenguas vehiculares, derivan de ese alfabeto madre que es el arameo.

Recobrar la raíz, desde el alfabeto, es recordar que la palabra tiene soplo. La palabra es materia viva, dotada de un cuerpo y de un espíritu. No sólo porque vehiculize una forma, un sentido y un sonido, sino también porque está influenciada por la variable espacial y temporal.

Una palabra pronunciada en determinados momentos brinda una connotación diferente según el momento y lugar que se trate.

Ambas variables, la temporal y la espacial, influyen en nuestro uso idiomático.

Tener en cuenta la raíz de una letra alfabética otorga precisión y libertad ya que éstas invitan a estar en acorde con el sentido de la letra y por ende de la palabra.

Una letra acorde a un ser ya no juzga, sino que incluye.

El paradigma de una letra que encontró su raíz es otro, es diferente de aquel en el que la letra vagabundea fuera de su órbita.

El magnetismo de una letra centrada es inmenso y acaricia a quien la escribe y a quien la lee.

Ese centro pertenece a la humanidad misma por eso es también tu derecho tener acceso a este alfabeto raíz.

Bienvenida/o al arameo!